Todavía se me escapa una sonrisa cuando recuerdo el momento en el que decidí participar en una de las pruebas más emocionantes en la que he estado nunca con mi #RetoPichon y en la que, mientras las fuerzas no me fallen, siempre estaré. No solo por el lugar –Sanlúcar de Barrameda–, sino sobre todo por su noble causa: concienciar de la importancia de la donación de órganos, de médula, de sangre, etc.

Me rondaba por la cabeza que debía poner mi “granito de arena” por mantener la figura de Anchoa Muñoz siempre en el recuerdo.

El pasado 16 de octubre llegaba sobre las 22:30 horas a la Plaza de España, donde estaba la meta de la prueba más dura a la que me había enfrentado nunca y la culminación del #RetoPichon2018: el Triatlón Hispano. Tres días donde había tenido que nadar 10 kms.; pedalear 360 kms. y correr 84 kms para ayudar a la Fundación Vicente Ferrer en la construcción de una residencia para 70 mujeres con discapacidad en la India. Al llegar a la meta se acercó mi amigo Ricardo Cabrera y me dijo: “Pichón, por qué no participas en el Ultramaraton de la Vida”. Lo miré y no tuve fuerzas para contestarle nada, pero sus palabras se me quedaron grabadas.

La causa por la que lo haría la tenía muy clara. El año pasado – el pasado 4 de abril – se iba Anchoa Muñoz después de luchar con todas sus fuerzas y de una forma muy ejemplar contra una leucemia. Desde ese momento me rondaba por la cabeza que debía poner mi “granito de arena” por mantener su figura siempre en el recuerdo. Porque como escuché hace meses “para no olvidar a una persona hay que recordarla todos los días”.

A los pocos días llamé por teléfono a Eduardo Rangel, seguía la labor que estaba realizando desde hacía tiempo y sabía que algún día la vida haría que me lo encontrara. Me presenté y le pedí si me permitía este año participar en la prueba. Como si nos conociéramos de toda la vida me dijo que por supuesto. Son de esas personas que te encuentras y desde el primer momento hay una sintonía brutal.

¡Pues manos a la obra! Quedaba muy poco, y principalmente tenía que recuperarme lo mejor posible del último esfuerzo. Eran 50 kilometros…

Amanecí muy temprano para viajar desde Sevilla a Sanlúcar de Barrameda ya que la salida estaba prevista para las 8:30 horas. Llegué, hacía mucho frío, todavía no había muchos participantes, pero ya se respiraba algo que no podría describirlo con palabras y que no pasa en muchas pruebas. Hay que participar para sentir lo que digo. No se respiraba competición, se respiraba solidaridad, esperanza, ilusión, vida. ¡Uaaaaa!

Allí me esperaba el que siempre está cuando lo necesito desde hace muchos años: mi amigo Antonio Jurado. Me entregó mi dorsal y me lo puse orgulloso, cuidadosamente. Como el que se pone algo muy especial. Luego rápidamente busque con la mirada a Eduardo Rangel, tenía muchas ganas de conocerlo en persona, había oído hablar maravillas de él, lo que estaba haciendo y cuando lo vi me acerque y sin hablarle nos fundimos en un abrazo. Parecía que nos conocíamos de siempre.

Sin mucho más tiempo nos avisaron para montarnos en la barcaza para llevarnos a la salida – que era secreta – y allí estaba yo muerto de frío, nervioso y camino de no sé qué sitio para empezar a correr 50 kilómetros. Eso sí, no cualquier carrera, sino el Ultramaraton de la Vida.

Desde el inicio lo teníamos claro, tomárnoslo con mucha tranquilidad. El año había sido duro y me quedaba el último esfuerzo. No tenía ni idea como me iba a responder mi cuerpo.

Y por fin la salida, a un buen ritmo pero tranquilos. En los primeros kilómetros conocí a Jesús Rey – otro regalo – . Los tres juntos empezamos a correr con una ilusión muy grande. Como salimos de los últimos fuimos adelantando poco a poco a corredores, cada uno tenía una historia, una razón por la que participar en esta prueba tan especial. En muchas ocasiones tuve que controlar las lágrimas.

Hasta el kilómetro 44 me sentí muy bien, alimentándome en todos los avituallamientos – gracias a la ayuda de todos los voluntarios -, pero a partir de ahí empezaron a no responderme las piernas, a sufrir muchísimo y en ese momento es cuando el cuerpo y, sobre todo, tu mente resiste, porque lo que estás haciendo es por algo, por alguien, con un sentido. Además, ¡quedaban pocos kilómetros!

Los últimos metros por el pueblo, fueron muy especiales. Había muchísimas personas animando. Me fui preparando muy bien para disfrutar todo lo posible de mi entrada a la meta. Y cuando estaba allí, gritando y tirándome de la camiseta, miré y pude ver a mi tío Felipe emocionado, chillándome, con lágrimas en los ojos. ¡Nos abrazamos!

¡Esta carrera y todo su esfuerzo siempre irán por ti, Anchoa Muñoz! Una persona que hizo muchísimo por el deporte, transmitió sus valores a una gran cantidad de personas y sobre todo no dejo nunca de ayudar a los demás. Incluso durante su enfermedad estuvimos juntos difundiendo la importancia de la donación de médula.

¡Hasta muy pronto!